paraisos



















 En un barrio antes llamado “La cocina del infierno”,
 donde un mendigo aseguraba haber tocado la lira de Nerón
 mientras la ciudad ardía en el calor del verano;
 donde una peluquera que se hacía llamar Cleopatra
 empuñaba las tijeras del hado sobre mi cabeza
 amenazando con cortarme las orejas y la nariz;
 donde un hombre y una mujer paseaban desnudos
 al atardecer por una de las más oscuras calles laterales.

 Debo de estar soñando, me dije.
 Era como encontrar una pareja de esfinges.
 Esperaba que tuviesen alas, cuerpo de león;
 él con el pecho tatuado estrafalariamente,
 ella con sus enormes tetas balanceándose.

 Ocurrió todo tan rápido, y fue hace tanto tiempo...

 ¿Sabes ese instante justo antes de que amanezca
 en el que nada desearías más que acostarte entre sábanas frías
 en una habitación con las persianas bajadas?
 La hora en la que los hermosos suicidas
 que yacen uno junto al otro en el depósito
 se levantan y salen para ver la primera luz.
 Las cortinas de los hoteles baratos vuelan a través de las ventanas
 como gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo...
 El vapor asciende por las rendijas del metro...
 Los cuerpos resplandecen de sudor... La locura, sí, pero podrías decir igualmente: el Paraíso.

 (Charles Simic)